Dicen que un hombre construía una casa tan grande que supo que todos le envidiarían por ello. Eran de ladrillo las paredes y los tejados de pizarra, una chimenea se alzaba en una esquina y sacaba grandes bocanadas de humo negro, calentaba la casa y a los niños recogidos en torno al hogar. La mirarían desde lejos con los ojos entornados todos los habitantes de la provincia, desde los viejos caminos arañados en la tierra, nubes de polvo estivales, enredaderos lodazales para el otoño, y tan siquiera habían cavado los cimientos. Ni estaba todavía.
El amor y el olor de sus pisadas podían ser tal vez sinónimos. El ardor y la virtud al que empujaban sus ojos, su candor. No era un ser mundano y cruel de esos que a veces hacen sentir vergüenza de uno mismo. Marcaba las baldosas al pasar y tan sólo pasaba para desaparecer. Se esfumaba el sueño y mi etérea realidad de polvo. Incluso cuando saludaba, quedaba mudo el todo, todo quieto, todo. Era tan delicioso disfrutar de su existencia sin interferir en ella, sin añadir una mancha a la inmaculada perfección de mi diosa.
Qué difícil ser padre, saber lo que hacer cuando se aleja su vida, desligada y ajena ya para siempre, como la de un desconocido que cruza y cuya cara te suena pero no aciertas a recordar por qué. Entonces es cuando peleas en una lucha en la que ni siquera hay dos púgiles. Golpes por todas partes, arañazos y destrucción al intentar hacer con una dolorosa justicia el bálsamo para el ataque invisible del veneno del tiempo. Hay que saber que las cosas que has creado no te pertenecen ni son tú, sino que necesitan de la libertad que el amor mismo que les dio alas las haga volar. Por supuesto es más difícil hacerlo que decirlo. Decir ya no cuesta nada.
Después de toda una vida, casi no ha pasado nada desde que se levantó todo lo que consideras tuyo. Veamos la blanca ciudad entre las montañas, con una pequeña fuente bajo el rocío de una leve y fina cascada de agua cristalina. Son esos momentos en los que te das cuenta de que toda lucha, toda razón y la pasión que te guió antes para lograr tus victorias quedó atrás. Lo que quieres es lo que tienes, y lo amas de una forma enferma y plenamente dependiente, como un cocainómano. Te darás cuenta de que todo indica que te equivocas, que vas a perder la enorme obra de tu vida, pero no querrás tener fuerzas para impedirlo y te hundirás con tu ciudad y todo el futuro de la gente que creía y confiaba en tu criterio. Como yo.
Pero para eso hay tiempo. Es muy fácil decir. Decir ya no cuesta nada.
C.
Qué difícil ser padre, saber lo que hacer cuando se aleja su vida, desligada y ajena ya para siempre, como la de un desconocido que cruza y cuya cara te suena pero no aciertas a recordar por qué. Entonces es cuando peleas en una lucha en la que ni siquera hay dos púgiles. Golpes por todas partes, arañazos y destrucción al intentar hacer con una dolorosa justicia el bálsamo para el ataque invisible del veneno del tiempo. Hay que saber que las cosas que has creado no te pertenecen ni son tú, sino que necesitan de la libertad que el amor mismo que les dio alas las haga volar. Por supuesto es más difícil hacerlo que decirlo. Decir ya no cuesta nada.
Después de toda una vida, casi no ha pasado nada desde que se levantó todo lo que consideras tuyo. Veamos la blanca ciudad entre las montañas, con una pequeña fuente bajo el rocío de una leve y fina cascada de agua cristalina. Son esos momentos en los que te das cuenta de que toda lucha, toda razón y la pasión que te guió antes para lograr tus victorias quedó atrás. Lo que quieres es lo que tienes, y lo amas de una forma enferma y plenamente dependiente, como un cocainómano. Te darás cuenta de que todo indica que te equivocas, que vas a perder la enorme obra de tu vida, pero no querrás tener fuerzas para impedirlo y te hundirás con tu ciudad y todo el futuro de la gente que creía y confiaba en tu criterio. Como yo.
Pero para eso hay tiempo. Es muy fácil decir. Decir ya no cuesta nada.
C.
7 comentarios:
Caray... y yo que creía que estaba deprimido. Sé que ciertas cosas pueden ser duras, pero, desde luego, reconocer el paso del tiempo es una de ellas. Por suerte, no somos viejos, ni tan siquiera maduros. No, si no queremos.
Aunque sí es cierto que la experiencia puede hundirte en ciertos momentos, porque el arrollador paso de la vida te puede hundir como quien incrusta una piedrecita en el barro recién formado por la lluvia. Incluso en esas situaciones, tenemos la posibilidad de excavar un camino de salida, de abrirnos paso por la mierda que nos rodea...
... reconozco que, a veces, sólo lo hacemos para caer en una mierda aún peor, pero no tiene necesariamente que ser así. Espero, de todas formas, que, por mucho que estemos dando vueltas en este juego de locos, sin jugadores ni reglas, no nos olvidemos de que el reloj corre para todos, para unos y para otros, todos perdiendo cosas, algunos ganando otras, y todos cargando con más vivencias que soportar o explotar a lo largo de largos años de vida.
Llega un momento, sin embargo, en el que todos somos conscientes de que es posible vivir de una forma más suave, más dedicada y, en cierto modo, cariñosa... en fin, qué decir, más extraordinariamente cotidiana, sin pasarse a lo mundano. Una vida junto al fuego del hogar. En este mundo, por otro lado, la distancia que hay de la chimenea a la televisión, al teléfono o a Internet puede ser muy corta.
En fin... ¿tienes pensado ser padre, Car? Espero que te encuentres bien, caballo del ajedrez.
Miau.
En realidad era más bien un juego sobre diferrentes situaciones en las que el amor, el cariño a una cosa o el propio orgullo propio puede desembocar.
Tanto es.
No. No tenía en mis pensamientos el de ser padre precisamente. Jum.. jajaja!
Cuando tenía tu edad escuché un debate de radio que me marcó, qué es más importante, el ímpetu i la ilusión de la juventud o la experiencia de la madurez.
Casi todos apuestan por lo segundo. Yo, no.
La experiencia te da una especie de calma, tranqulidad, un poder que desconocías. Y de qué te sirve quedarte medio muerto si lo que tratas es de seguir edificando esa casa fantástica que describes.
Prefiero todas las equivocaciones del mundo y sentir mi propio poder, el que yo me creo o me invento como cuando tenía quince, veinte años. Es muy difícil seguir con él, pero lo es todo para mí. Es la fuerza del cariño.
El pasado no es pasado. Es lo que tienes y amas ahora, como bien dices.
Me encanta cuando no sé bien de qué hablas pero me haces imaginar y pensar. Y volver a querer.
Éste es Carlos Naval. Me alegra haberlo reencontrado.
:)
Y esto es lo que pasa cuando me atrevo a comentar sin costumbre. He perdido mucho con los años. O, mejor dicho: he perdido sin remedio.
Aún mejor: nunca tuve demasiado, y he perdido sin remedio más de lo que tenía. ^^
De todos modos, creo (igual que Jesu) que tengo muchas cosas que agradecer al leer textos que invitan a la reflexión, e incluso a la melancólica introyección.
Y no es que me moleste o pretenda molestarte, pero nunca he pensado que quisieras ser padre a tu edad. Qué dirían... em... algunos.
En todo caso, creo que, hasta cierto punto, sí había entendido una parte de lo que querías decir.
¡Sed buenos!
(Y no tengáis niños sin avisarme!
what an interesting profile.
i wish i could understand what u write.
:(
Bonita historia, aunque muy derrotista. En fin, la leere varias veces más hasta que consiga entenderla completamente y pondre otro comentario.
Me gustaron tus retazos, Carlos, tus piezas de un juego, que es la misma vida.
Hay que construir esa casa, pero una vez hecha no debe uno apegarse demasiado, ni tampoco el lugar que amamos debe ser imprescindible.
Lo único que necesitamos es la vida, y ésta es un viento libre que sopla en cualquier parte...
Un saludo.
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