Hace poco Buenafuente dedicó el monólogo de su programa a los becarios. Al oírlo de su boca me pareció que me veía reflejado en él, como supongo que buscaba la disertación. Esto quiere decir que, efectivamente, pregunté sin descanso las primeras veces que iba a la redacción: ¿qué puedo hacer? Y lo cierto es que todos respondían con una sorpresa mayúscula ante la osadía. ¿Es que no estás haciendo nada? Es lo que parecen estarse preguntando. Junto a este hecho, el ruido de teclas, la cara de atención, el resultado provoca la percepción de una total y absoluta entrega al trabajo. No podía evitar preguntarme, ¿por qué yo no estoy haciendo lo mismo que ellos? ¿Es que soy nuevo y tengo que aprender a buscarme la vida aunque acabe de llegar y no sepa ni siquiera qué se supone que están haciendo el resto ni cómo hacerlo?
La verdad es que nadie está tan ocupado como parece (en realidad, y como sabemos, nada es lo que parece). Todo se mueve a tu alrededor sin dar vueltas. Es triste que sea una apariencia, porque por un lado, uno se alegra de dejarse arrullar y lanzar hacia lo que sea por ese ambiente de trabajo y las prisas y la falsa concentración.
Supongo que es por la falta de experiencia. Si es por eso, prefiero tener impulso a perderlo por la desgana.
Imagen: Véase el crucigrama.
PD: Próximamente. El último relato de Carlos Naval.