sábado, 18 de abril de 2009

La moralidad de quien está detrás

Desde hace mucho tiempo que llevo estudiando las formas de comunicación. Los métodos que se utilizan para hacer llegar mejor el mensaje, la gran cantidad de combinaciones que existe entre los conceptos, los sentidos y sus posibles interpretaciones. En definitiva, he estado- o han estado, según se mire- haciéndome consciente de que las herramientas comunicativas pueden emplearse conscientemente y con un objetivo intencional, lo cual no niega la moralidad ni la rigurosa profesionalidad de un periodista que emplea las palabras para transmitir a través de ellas la idea, la esencia de los hechos que acontecen en esta época.

No estoy de acuerdo con muchos que tachan el periodismo de hoy en día de propaganda partidista ni de aquellos que dicen que el profesional de la redacción noticiosa tiene que ser aquel ser que incomoda con la verdad. El jornalista de teclado e interrogación es alguien que posee una diferente percepción de las cosas, como cualquier otro, con mucha más libertad de la que se supone que tiene y que no es portador de la verdad absoluta. Me gusta el periodismo de opinión. Acudió a salvar la crisis del periodismo escrito cavada por la radio y una emergente televisión como un análisis en profundidad que unía los datos, en muchas ocasiones deslavazados por su carácter en exceso sobrio y ceñido a los meros hechos.
¿Pero qué es un análisis sino una propia interpretación? No se puede pretender que la moralidad de un ser humano deje de estar unida a unos motivos. En ocasiones, la denuncia de un periodista puede ir más unida a el mero interés de uno mismo en el tema, la importancia que sobre el resto de cosas tiene para él, la búsqueda de romper con lo ya establecido por el mero hecho de hacerlo o por navegar contra corriente, que a favor de un buen servicio a la sociedad. ¿Y eso está mal? No. Para mí no. Informa de su punto de vista y como tal tenemos que tomarlo. Actúa según su propia conducta de modo y nosotros haremos lo propio porque no somos seres desprotegidos ante las agresiones de devaneos intelectivos ajenos.

Es difícil saber por qué nadie hace las cosas. Nos lo van a decir a cada uno, sino es complicado ya entenderse con uno mismo.

1 comentario:

Alanthos dijo...

Creo que he captado la esencia del asunto... en todo caso, sabes que mi opinión difiere en algún aspecto.

De entrada, es cierto (obvio, innegable, cierto, en definitiva) que los periodistas que ofrecen ideas complejas en forma de análisis deben implicarse a un nivel más que objetivo en la redacción de una noticia. Es inevitable. Nadie tiene la capacidad de abstraer por completo la propia identidad cuando trabaja con el esfuerzo adecuado. En fin, supongo.

Ahora bien, y he aquí el punto en el que nuestras opiniones difieren, eso no deja de ser peligroso. Nuestra sociedad, basada en las comunicaciones más rápidas de toda la historia (difícilmente son superables, tanto en velocidad como en volumen de información), cambia de opinión cada media hora, con entre cientos de miles y millones de individuos recibiendo artículos, notas de prensa radiadas y noticias en general casi cada minuto. Siendo tan abundante la información, me preocupa que la proporción de personajes desaprensivos que aparecen en todos los gremios se haga con un peso específico excesivo en el periodismo. ¿Cómo?

Bueno, es fácil darse cuenta de que la gente se ha vuelto (siempre ha sido) muy influenciable; si un periodista de éxito empieza a excederse en su papel de analista de la realidad y establece una cierta tendencia excesivamente intensa en un sentido inevitablemente parcial, terminará arrastrando a esa opinión a mucha gente que le sigue con asiduidad. Eso, amigo mío, no es malo por sí sólo (al fin y al cabo, son artículos de opinión, ¿verdad?), pero nos arrastra a un aspecto peligroso de la política a nivel sociológico (aunque me siento algo cohibido al hablar así de un tema que tú dominarás mejor que yo, tengo que decirlo), la demagogia.

¡Ni de lejos sospecho que todos los periodistas actúen así, en absoluto! Por el contrario, considero que la mayoría de los autores de artículos de opinión tienen una opinión independiente, alejada de clientelismos políticos o privados. Pero no puedo evitar pensar seriamente en Italia, todo un país en el que un sólo hombre (Silvio Berlusconi) tiene el PODER con mayúsculas gracias a sus televisiones, sus radios, sus periódicos.

De hecho, il Cabagliere es el ejemplo más claro de lo que quiero demostrar: el poder corrompe a cualquiera, y el poder de convencer a la gente es extremadamente grande, valioso y peligroso. Si cae en manos de un hombre como Berlusconi... bueno, pasa lo que está pasando en Italia. Que un payaso que está embadurnado en toda la porquería de la mafia y, lo que es peor, todo el mundo lo sabe, es capaz de prosperar ante los ojos de los segmentos de población que no le siguen. Estoy casi seguro de que esos segmentos de población no leen los diarios de la prensa nacional.

Pero no quiero decir con esto que toda la profesión periodística esté podrida. Sería lo mismo que decir que todos los médicos son envenenadores profesionales o que todos los policías llevan a un pequeño antidisturbios entre nuca y frente que está deseando salir. El hecho de que la gente todavía pueda pensar por su cuenta en el mundo occidental reside en la fuerza que las voces discordantes: los periodistas independientes, capaces de tener su propia opinión, de hablar con su propia voz. Son ellos, con sus más o menos marcadas tendencias, su sensatez y su labia los que fuerzan a pensar a los lectores.

Eso y el hecho de que los periódicos de tirada nacional de casi todos los países tengan dueños diferentes, claro...

(Este mundo sigue patas arriba, amigo mío, y no sé cómo arreglarlo.)