He estado buscando últimamente el significado de la búsqueda del problema. Tras él constantemente, me ha parecido por un momento ser de aquellos que abandonan la esperanza por fin y se entregan a todo lo que no es nada de eso, ni más allá. ¿Quiénes son los críticos que están fuera de la rueda de los improperios y las quejas? Esos que de tanto pensar llega a alejar de sí como si fuera un animal diseccionado. Y me he topado precisamente con un relato mío de hace más de un año dándome la respuesta. Espero que lo disfrutéis.
En su momento lo titulé
Conversación por la mañana. Dice así:
Al bajar por las aceras la calle del río, los abetos de hojas verdes sobre el empedrado de piedras como puños, de puños como piedras. Al distanciarme más y más del recodo oscuro donde esperaba a que el sol se levantara sobre las rocosas y me regalara esa especie de sonrisa áurea, de saludo ígneo y sagrado. Fue entonces cuando me di cuenta de que sentía algo extraño en mi interior. Me escarbaba una especie de desazón perversa en el sudor frío de la frente y hasta lo más hondo de mi cuerpo. Pero me dije que no debía de ser nada. Hasta hacía poco había guardado el reposo de mi estado inconsistente, siempre febril y débil, ahora casi quebrado. Y como quien despierta de esa especie de sueño emponzoñado que es el que lleva a la muerte; tenía los ojos tan oscuros como la piel cetrina. Y por esa razón andaba con paso leve, susurrante y esmerado de un niño ignorante que aprende a andar. Apoyado a cada rama, asegurando los pies al suelo.
En realidad no estaba yendo a ningún lugar. Era un día de esos en que puedes permitirte el lujo de respirar el aire, de sentir el viento, de palpar la hierba, de sentir sin más. Recuerdo ese mismo sitio de los árboles verdes de la vereda, donde caí al suelo vano, como en una bolsa de aire inmaterial. Después de dar tantas vueltas, me sentí morir; y quizá esa desagradable perspectiva me provocó la visión de una especie de mundo paralelo, de un lugar en donde realmente sí hay justicia, donde todos aprenden de sus errores pasados y son capaces de borrar la huella meticulosa de las palabras erradas. Un lugar en que se podía ser feliz, y ser feliz era el oficio. Una situación algo angustiosa, pero hemos de reconocer el fuego enfermizo, la huella de la enfermedad en mi mente. Jamás mundo tal podría ser imaginado siquiera. No hay tiempo, ni merece la pena el esfuerzo. Levantándome con un brazo de la humedad esponjosa del césped mojado, me vi levantado por mi amigo Cándido Fauza, con un rostro entre preocupado y triste. Tenía un sombrero de ala corta y unos ojos vidriosos.
Sentados ya al calor de un fuego apacible, de las llamas ondeantes, me preguntó por mi salud, por mis problemas y por mi vida. Al no saber qué contestar con claridad y firmeza, le comenté lo que había visto, y le pregunté por el significado que para él tenía. "¿Alguna vez te planteaste aquello? Eso de que hay una forma de que la gente sea feliz en realidad", "Oh, bueno, ¿desde cuándo tiene importancia si yo lo pensase o no?", "Bueno. No estaba preguntándome por la importancia o no de tus pensamientos", "No sé, es que lograr mundos, cambiar las formas en que la gente se relaciona es cosa de los que toman decisiones", "¿Te refieres a los políticos?", "¿Quiénes son si no los que toman decisiones?", "¿Y qué quieres decir con eso?", "Estarás de acuerdo conmigo en que hay poco tiempo en esta vida, ¿no es así?", "Más o menos", "Pues bien, realmente un mundo feliz tendría que ser muy diferente a éste. Habría que pensar mucho en cómo hacerlo y luego hacerlo. Pero no hay tiempo suficiente. Uno puede dedicar todo lo que tiene al estudio de un mundo ideal, y cuando lo hallara, estaría tan sencillamente envejecido que no sería capaz de llevarlo a cabo. O piensas en qué hacer, o lo haces. Aunque en ocasiones la elucubración es precisamente la que labra la perdición de una persona al sellar su propio camino en la inactividad. De todos modos, no me gustaría que pensaras que me encanta caer en afirmaciones gratuitas y omniabarcantes", "Y qué me dices de la transmisión. Con este tipo de negaciones, poco menos que contradices los principios de la educación", "Convendrás con que hay cosas que no se pueden enseñar. Es como dar el resultado de un problema, o contar el desenlace de una historia: el proceso aporta el sentido, así como el valor de la solución", "¿Y no se podría llevar a cabo un plan a partes?", "Y es lo que se supone que se pretende, así que los políticos son los encargados de hacerlo. Yo nunca pretendí meterme en sus afanes, en la pretensión de hacer creer a los demás que soy capaz de canalizar sus aspiraciones o encontrar respuestas a las eternas preguntas que me martirizan y me van destruyendo poco a poco", "En ese caso, si la gente como tú se entrega a la pesimista destrucción de su propia personalidad, ¿crees que obran bien?", "Nunca dije tal cosa. En todo caso, te he preguntado yo a ti primero acerca del particular", "Cierto. Me parece una forma bien curiosa de responder a mis preocupaciones por tu salud, tus problemas y vida. Me parece que eres el claro ejemplo del que hablas, y que andas por las calles como un pordiosero porque no has sabido jamás hacer nada, a pesar de ser capaz de embaucar y aturdir con tus palabras. Tienes la inteligencia de los hombres, pero también su estupidez más incomprensible", "¿Pero es que ahora el hombre vive del deber?¿Es que no se necesitan ya a las personas locas, necias, desgraciadas?", "La inteligencia no tiene por qué devenir en desgracia; no justifiques tus pesadumbres de ese modo tan burdo", "No deberías de haberme levantado", "Ay... yo sin embargo pienso que sí".
Seguimos en silencio unos segundos más, con el crujido de los troncos quemados con el beso de las llamas. Nos miramos como se deben mirar dos troncos de madera que se han golpeado, con el mismo tipo de silencio o la misma soledad de los pollos que comen cerca, pero no juntos.
- De todos modos, tanto da. Aún es por la mañana, ¿dónde te van a llevar hoy tus pasos?
Imágenes: He preferido que sean las palabras las que ilustren.