domingo, 19 de abril de 2009

El placer de ser Mentira

Un día después de la lluvia continúa el estudio y la deliberación en cuanto a la moralidad, pero esta vez no desde el plano práctico del periodista.

Los epicúreos creían en la felicidad como el destino del ser humano. En su rama filosófica, desarrollaron el desdoblamiento de esta meta entendida desde el dolor y el placer. El máximo grado de felicidad se adquiriría con el mayor placer correspondiente al menor dolor posible. Parece meridianamente claro. De hecho, el utilitarismo de John Stuart Mill asimiló este concepto de felicidad para aplicarlo a la mayor cantindad de personas que se pudiera- aquí he de señalar que no estoy del todo de acuerdo con esta aserción, coincidiendo con el mismo Mill, siendo necesaria la apreciación de que no pueden ser vulnerados los principios del respeto individual que no coincidieran con el altruismo supuesto en la humanidad de los militantes de este colectivo filosófico.

Sin embargo, esta teoría de la vida suscitó un inveterado desagrado en muchas mentes, para los cuales, suponer que la vida no tiene un fin más elevado que el placer es un egoísmo y una vileza, es una doctrina sólo digna del cerdo, con quienes fueron comparados los seguidores de Epicuro y también los defensores del utilitarismo. No se dan cuenta de que los que presentan la naturaleza humana bajo un aspecto degradante son ellos mismos, puesto que supone que los seres humanos no son capaces de otros placeres que los del cerdo. Y yo me pregunto, ¿cuántos no opinan del mismo modo en la actualidad, que las satisfacciones más plenas son las del cuerpo en el sentido más estricto y literal? Pero descartemos de momento esta posibilidad. Me hace gracia la contumaz forma del hombre de comprender lo ajeno con un deje despreciativo, conformándose con insultar ante la ignorancia.

La moralidad de las personas puede responder ante unos criterios tan lógicos como los trazados con anterioridad y pueden no hacerlo. La misma doctrina epicúrea entiende en sus bases la múltiple modalidad de placeres humanos sin una necesaria justificación. ¿Por qué? Porque habla de la felicidad del hombre, objetivo máximo y último de los actos en esta vida, queramos o no, que van desde la obediencia ciega, el liderazgo, el sometimiento, la infidelidad o la mentira. Es la consecuencia de dar por sentada la búsqueda de la virtud en este camino. El utilitarismo introduce la necesaria felicidad colectiva, haciendo una lógica estructural de la individual, obviando que la gente no tiene por qué entender el bien propio unido a dar placer a los demás. En todo caso, el mismo Mill se refiere a la mentira como el único recurso válido a los vicios individuales para atribuir un bien colectivo. No porque el engaño sea un mal menor a cualquier otro, sino porque hay cosas que también la gente necesita escuchar, aunque sean mentira.

La posibilidad de que alguien viva una mentira, comulgue con una mentira, necesite esa mentira para llegar a mañana no es algo despreciable. Es más, consiste en una carencia en la virtud aprendida de vivir, choca con el superfluo dicho de: la carne es débil. Pues tanto más peligrosa es la debilidad de espíritu, que no se da tanto en cantidad de veces como en su intensidad moral, capaz de derrumbar todos los muros de la existencia. Digamos que es un extraño placer el de ser mentira.
Imagen: El jardín de las delicias, de El Bosco.

sábado, 18 de abril de 2009

La moralidad de quien está detrás

Desde hace mucho tiempo que llevo estudiando las formas de comunicación. Los métodos que se utilizan para hacer llegar mejor el mensaje, la gran cantidad de combinaciones que existe entre los conceptos, los sentidos y sus posibles interpretaciones. En definitiva, he estado- o han estado, según se mire- haciéndome consciente de que las herramientas comunicativas pueden emplearse conscientemente y con un objetivo intencional, lo cual no niega la moralidad ni la rigurosa profesionalidad de un periodista que emplea las palabras para transmitir a través de ellas la idea, la esencia de los hechos que acontecen en esta época.

No estoy de acuerdo con muchos que tachan el periodismo de hoy en día de propaganda partidista ni de aquellos que dicen que el profesional de la redacción noticiosa tiene que ser aquel ser que incomoda con la verdad. El jornalista de teclado e interrogación es alguien que posee una diferente percepción de las cosas, como cualquier otro, con mucha más libertad de la que se supone que tiene y que no es portador de la verdad absoluta. Me gusta el periodismo de opinión. Acudió a salvar la crisis del periodismo escrito cavada por la radio y una emergente televisión como un análisis en profundidad que unía los datos, en muchas ocasiones deslavazados por su carácter en exceso sobrio y ceñido a los meros hechos.
¿Pero qué es un análisis sino una propia interpretación? No se puede pretender que la moralidad de un ser humano deje de estar unida a unos motivos. En ocasiones, la denuncia de un periodista puede ir más unida a el mero interés de uno mismo en el tema, la importancia que sobre el resto de cosas tiene para él, la búsqueda de romper con lo ya establecido por el mero hecho de hacerlo o por navegar contra corriente, que a favor de un buen servicio a la sociedad. ¿Y eso está mal? No. Para mí no. Informa de su punto de vista y como tal tenemos que tomarlo. Actúa según su propia conducta de modo y nosotros haremos lo propio porque no somos seres desprotegidos ante las agresiones de devaneos intelectivos ajenos.

Es difícil saber por qué nadie hace las cosas. Nos lo van a decir a cada uno, sino es complicado ya entenderse con uno mismo.